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Sin regulación, las plataformas digitales amplían los conflictos y distorsionan los conceptos de libertad y democracia

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Sin regulación, las plataformas digitales amplían los conflictos y distorsionan los conceptos de libertad y democracia

En ningún otro momento de la historia, un conjunto de unas pocas empresas ha logrado estar tan presente en las interacciones entre las personas de la mayoría de las sociedades del planeta. Las llamadas Big Tech (las grandes compañías tecnológicas) se han convertido en mediadoras activas de las relaciones sociales que se establecen a través de las tecnologías digitales. No está de más recordar que los mediadores no son neutrales. Las Big Tech interfieren en la conducción de los flujos de opinión modulando la atención y produciendo reacciones en millones de personas convertidas en sus usuarios.

Dentro de las redes sociales y sus variantes, sus operadores actúan capturando los datos de cada movimiento, de cada clic; en definitiva, de las actuaciones que permiten a sus sistemas algorítmicos extraer patrones de comportamiento, insumos fundamentales para alimentar las redes neuronales artificiales que realizarán la oferta de contenidos con el fin de prever nuestros deseos y necesidades para predecir nuestras acciones. Esto se puede resumir en la expresión “monetización total de la vida social”.

Operadas de manera invisible para sus usuarios, estas plataformas han concentrado los fondos publicitarios de casi todas las sociedades, a partir de la gestión algorítmica de las miradas, de las atenciones. De ahí que mantengan una lógica basada en la espectacularización de todo.

Para estas empresas, la buena información es aquella que genera compromiso, la espectacular, la que permite monetizar las interacciones. El compromiso que las Big Tech decían tener con la calidad de la información era solo retórica. Son bienvenidos los clics, las réplicas, los ataques, las exageraciones, las mentiras y la difusión de hechos que nunca ocurrieron.

Libertad asimétrica

Recientemente, con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, Elon Musk ha asumido la primera línea de la lucha contra la regulación de las plataformas de internet. Para ello, difunde la idea de que regular es censurar. La noción de libertad de Musk se basa en la fuerza.

Mientras que la libertad democrática se basa en la simetría, es decir, en el derecho igual de todos a ser libres, la propuesta de libertad de la extrema derecha se traduce en asimetrías. El poderoso solo es libre si puede ejercer todo su poder. El multimillonario solo es libre si puede utilizar sin limitaciones todo lo que le permite su riqueza. Sin embargo, este pensamiento está más cerca de la violencia que de la idea de que todas las personas tienen el mismo derecho a expresarse.

En las plataformas no impera la libertad de expresión. Lo que reina es el poder del dinero. La monetización de absolutamente todas las relaciones en una arquitectura informativa vertical, limitada y extremadamente vigilada por sus propietarios. La gestión completamente opaca de las redes sociales es operada por sistemas algorítmicos que ejecutan las reglas y las leyes de sus propietarios. Esta ejecución es completamente arbitraria, decidida de forma monárquica por la dirección de estas empresas, modificada sin previo aviso, sin debate, sin tener en cuenta a sus usuarios, siguiendo únicamente dos lógicas: la de su rentabilidad y la de beneficiar la expansión del poder de su visión del mundo.

¿Quién cree que los sistemas algorítmicos de la plataforma de Elon Musk serán neutrales en las disputas en los países donde chocan la extrema derecha y las fuerzas democráticas? ¿Quién defiende que las plataformas de la compañía Meta (propietaria de Facebook, Instagram y WhatsApp) no beneficiarán los discursos de las fuerzas que comparten ideas similares a las de Trump? ¿Quién cree que estas estructuras no son plutocráticas, es decir, donde el dinero manda?

Las élites están rompiendo con la democracia

Uno de los grandes líderes de la extrema derecha de las Big Tech, Peter Thiel, ya afirmó en 2009: “Ya no creo que la libertad y la democracia sean compatibles”.

Ante la inmensa crisis de perspectivas futuras del sistema capitalista, gran parte de las élites defensoras de las soluciones neoliberales rompieron con la democracia y se adhirieron al reaccionarismo, es decir, a las soluciones de la extrema derecha. Si no comprendemos esto, no seremos capaces de defender la democracia.

El filósofo francés Michel Foucault nos sugirió que el poder es también estrategia. Fundamentalmente, la destrucción del debate racional basado en hechos se ha convertido en la principal estrategia de la extrema derecha. La lucha contra la realidad y contra la información factual y la negación de la ciencia estabilizan la estrategia de la confusión, de la lucha por los valores, de la libertad como aplicación de la violencia.

En este contexto, conviene recordar la perspectiva del sociólogo Georg Simmel, quien nos enseñaba que el conflicto es un elemento inherente y necesario en la vida social. El conflicto y la cooperación son complementarios. Pero Simmel advertía que hay situaciones en las que la ausencia de formas sociales reguladoras, la negación absoluta del otro, la fragmentación de la sociedad sin canales de mediación son destructivas y extremadamente peligrosas.

Simmel no conoció el mundo hiperconectado de hoy, en el que las personas están constantemente expuestas a oleadas de desinformación y discursos de odio modulados por sistemas algorítmicos para potenciar la extracción de dinero y la destrucción de derechos. Pero trabajando con sus análisis, podemos observar que se ha vuelto fundamental e indispensable establecer una regulación de estos megaoligopolios y construir soluciones para garantizar la calidad y la integridad de la información.

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